Las estanterías de nuestros baños están repletas de multitud de productos, que clasificamos la mayoría de las veces, por el precio que nos costó cada uno y no por otros criterios más coherentes. De esta forma, los productos de “marca” están apartados en un lugar preferente del armario lejos del alcance de los niños y los demás productos que compramos más baratos en perfumerías, droguerías, supermercados o Internet, los ponemos al alcance de toda la familia y cualquier miembro de la misma, los puede utilizar.
¿Se acuerdan de la película “Mi gran boda griega”? Si no la vieron, les aconsejo que la vean, se divertirán un poco. En este film el patriarca de la familia cura todos los males con un limpiacristales: sarpullidos, heridas, granos, etc.
¿Ridículo, verdad? Pues ahora piensen por un momento, en el trajín de una mañana de un día cualquiera en un hogar familiar e imagínense la siguiente situación:
– ¡Mamá, tengo la cara muy seca, el frío me está matando! -dice el hijo de 13 años.
– Échate mi crema antiarrugas que tiene una consistencia más espesa que la que te pones habitualmente y seguro que te protege más.
– ¡Mamá en el colegio se ríen de mi pelo porque dicen que parece un nido de pájaros de lo encrespado que está! – grita el niño de 7 años, intentando aplastarse el pelo.
– ¡Lávate con el champú alisador de pelo de tu hermana! -dice con paciencia la madre.
¿Me creerían ustedes que si ese comportamiento se repite a menudo, los niños de esta señora pueden desarrollar un crecimiento nada estético de sus mamas? ¿No, verdad? Eso podía ser con el limpiacristales, pero ¿cómo puede suceder con una crema o con un champú, aunque se usen a diario? Sigue leyendo →