El Mal de la Rosa

 Llevamos casi un año encerrados en esta ciudad convertida en cárcel. Todas las noches con el ruido de las sirenas bajamos a toda velocidad al sótano intentando evitar posponer al máximo, el inevitable final.

Cuando empezaron los ataques pasaba las noches en vela, temblando de miedo y de frio, pero al ir transcurriendo los días, deseo con toda mi alma que un maldito obús me haga estallar por los aires y acabe esta horrible pesadilla para siempre.

Madrid es un gueto, desde noviembre de 1936 estamos totalmente sitiados por los enemigos de la República. La ciudad se convirtió de la noche a la mañana en un símbolo. Representamos la resistencia contra el fascismo, el cáncer que quiere matar al actual gobierno.

No podemos entrar ni salir de la ciudad y después de tantos meses la gente se está muriendo de hambre. El abastecimiento de comida es cada vez más escaso, a lo que se suma la llegada de centenares de personas que escapan del avance de las tropas de Franco.

Desde que mi madre murió, mi padre no quiere que me quede solo en casa. Voy con él al hospital o mejor dicho vivimos allí.

Todo lo que veo y escucho es como una eterna pesadilla. Me encierro en el despacho de mi padre y tapo los oídos muy fuerte para no oír los lamentos y gritos de dolor de enfermos y heridos que llenan salas y pasillos.

Gracias a Manuel, un simpático enfermero de 23 años y al aburrimiento de largas horas sin hacer nada, me atrevo a salir de mi refugio. Empiezo a colaborar en pequeños trabajos, como dar de beber a los enfermos.

No paro de sorprenderme con el agradecimiento que muestran hacia mi los heridos que atiendo, cuando yo no hago gran cosa. Me dan las gracias repetidas veces y muchos de ellos me cuentan historias de su familia o chistes divertidos, como si se sintieran obligados a recompensarme de alguna forma por mi trabajo. No se dan cuenta de que soy yo, quien debería agradecérselo porque hacen que me sienta vivo y por momentos feliz, a pesar del sufrimiento que me rodea.

Últimamente, los servicios del hospital están colapsados debido a la constante afluencia de enfermos civiles, aquejados por una extraña enfermedad. La mayoría caminan inestables moviendo brazos y cabeza con movimientos demoníacos, al tiempo que pierden el equilibrio y dan repetidas veces con su cuerpo en el suelo. Todos parecen viejos, muy viejos, les tiemblan las manos y llevan en su cuello un extraño collar formado por costras, vesículas y úlceras.

Mi amigo Manuel, mientras lava los utensilios de las cirugías me cuenta que en su barrio, el malvado Mal de la Rosa, así le llaman a esta extraña enfermedad, aniquila más gente que la guerra. Gente indefensa que mira con resignación como familiares y amigos dejan de ser ellos mismos para convertirse en personas poseídas por un espíritu maligno que los acaba matando.

Todo empieza con una inflamación de la lengua, que va seguida al poco tiempo de sensaciones extrañas e incluso dolorosas en la piel causadas por la alteración en la sensibilidad táctil y térmica. Pierden visión, los oídos se les llenan de zumbidos, sufren alucinaciones y al final mueren locos y dementes. Una muerte lenta y dolorosa. Se les va apagando la vela de la vida, sin que haya tratamiento eficaz ni siquiera para mitigarlo.

Cuando les hago las curas, me lo agradecen cientos de veces. Lejos de enorgullecerme me siento fatal, aunque intento evitarlo, siento asco y repulsión hacia ellos, sobre todo cuando fijo la vista en la marca demoníaca de su cuello.

MaldlRosa

Los enfermos ajenos a mis sentimientos, me cuentan sus padecimientos como si yo fuera un médico experto y no un niño de 13 años. Me hablan de como perdieron parte de su visión, como sus oídos se llenaron de silbidos inaguantables y como de repente miles de agujas se les clavan al unísono en la piel para dar paso a sensaciones de intensa quemazón.

La mayoría atribuyen sus males a un castigo divino causado por esta guerra fratricida que asola el país sin piedad; otros dicen que las tropas de Franco envenenan las aguas y unos pocos, hablan de que España entera está poseída por el demonio.

Manuel se ausenta del trabajo durante cinco días porque su hijo pequeño falleció víctima del Mal de la Rosa. A su regreso, todo el personal del hospital se vuelca en animar a Manuel, pero él está cada día más arisco. Ya no trabaja con enfermos ni heridos sino que pasa el día fuera del hospital enterrando a los muertos o partes muertas de los vivos.

El nuevo Manuel me inspira terror, sobre todo desde el día que lo vi introducirse como un “zombie” en la espesura de la noche enfundado en su abrigo de lana llevando un saco al hombro que dejaba ver un pie colgando.

Desde aquel día no supe lo que era dormir tranquilo. Me sobresalto en medio de la noche. Veo en mis pesadillas a Manuel persiguiéndome e intentando atraparme para meterme en un gran saco. ¡Es horrible! Intento contárselo a mi padre pero no tiene tiempo ni para dormir. Heridas de bala, gangrenas y amputaciones llenan sus horas. Cuando necesito hablar con él, o bien, está en el quirófano o lo encuentro medio dormido de pie en el marco de la puerta con un pitillo en la mano.

Pasan los días y siento que una sombra tétrica se cierne sobre nosotros. El pesimismo y el desánimo nos invade. Todos sabemos que este incipiente invierno de 1937 nos traerá más penalidades.

Madrid2

Añoro la alegría y vitalidad que irradiaba Manuel cuando lo conocí. Era capaz de infundir optimismo y ganas de vivir hasta al más desahuciado. ¿Cómo pudo haber cambiado tanto? Intento desviar mis pensamientos a otros temas pero no soy capaz, la mera posibilidad de que Manuel esté poseído por un espíritu maligno me aterra. Lo único que me calma es que llevamos varios días sin saber de él y aunque me alivia su ausencia, no paro de pensar que pueda ser un mal presagio, una intuición que por desgracia no tardaría mucho en materializarse.

Un frio día de mediados de diciembre de 1937 nos avisaron de que Manuel había sido fusilado en la Plaza Mayor acusado de práctica de brujería y atentado contra la salud pública.

Manuel preparaba un caldo con extremidades humanas amputadas que robaba en el hospital y las cocía durante mucho tiempo a fuego lento hasta que casi se deshicieran por completo las fibras musculares. Este caldo se lo daba a beber a personas con el Mal de la Rosa que paradójicamente o no tan paradójicamente mejoraron y muchos de ellos acabaron curados.

Mi mente de niño nunca perdonó a Manuel su sacrilegio.

Tuvieron que pasar muchos años para que por fin comprendiera, gracias a mis estudios de medicina, la forma de actuar de Manuel y restaurarlo en mi memoria al lugar donde siempre debió estar.

El caldo de Manuel conseguía curar la enfermedad porque contenía el factor alimentario deficitario que produce el Mal de la Rosa, que es una vitamina, la niacina.

El Mal de la Rosa o Pelagra o también llamada la Enfermedad de las 3 D (dermatitis, diarrea y demencia) se debe a la carencia de la niacina, antiguamente llamada vitamina B3 o factor PP (preventivo de la pelagra).

Niacina

Descrita en el siglo XVIII por el médico español Gaspar Casal, la niacina se encuentra en carnes, pescados, harinas y legumbres. Alimentos totalmente inaccesibles para la población madrileña de aquellos años.

El caldo de Manuel curaba la deficiencia de niacina porque ésta es muy estable tanto a la luz como al calor, así como a los cambios de pH y a la oxidación. La carne humana cocida conservaba intacta la niacina además de contener el aminoácido triptófano, a partir del cual nuestro organismo puede fabricarla.

La sintomatología de la carencia vitamínica es tan llamativa porque la niacina es un componente de las enzimas NAD (dinucleótido de nicotinamida y adenina) y NADP (fosfato de dinucleótido de nicotinamida y adenina) presentes en todas las células de nuestro organismo.

Estas coenzimas son importantes porque intervienen en el metabolismo de los hidratos de carbono, grasas y proteínas, además de participar en la replicación y reparación del ADN.

Hoy en día la causa más común de deficiencia de niacina es el alcoholismo, pero en siglos pasados la causa más habitual eran las hambrunas como fue el caso de la población madrileña durante la guerra civil española.

Actualmente, la deficiencia de esta vitamina se puede dar en poblaciones donde la dieta es mayoritariamente a base de maíz, mijo, centeno o sorgo; en enfermos aquejados de la enfermedad de Harnup; tumores carcinoides intestinales y en pacientes a tratamiento con isoniazida o carbidopa.

Mª Jesús

Esta entrada participa en el I Certamen de Cuentos de Ciencia organizado por el blog Cuantos y cuerdas.

 

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