La bestia de hierro

A menudo me gusta mirar con ojos de niña pequeña y analizar todo con ingenuidad, eliminando de mi mente conceptos predeterminados que me inculcaron con mi educación, y desde ahí observar todo por primera vez como si fuera una extraña criatura que de repente la asientan en un marco imaginario. Una criatura fascinada por todo lo que ocurre a su alrededor, pero sobre todo por lo que pasa en su interior, aplaudiendo todas y cada una de las sorpresas que va sintiendo: corrientes de sangre, latidos cardíacos, contracciones musculares, movimientos intestinales, crecimiento, etc. Fenómenos alucinantes por su aparente sencillez, pero que representan la complejidad y sofisticación de un ser que llegó a conseguir un pódium en la carrera evolutiva, gracias a una combinación de elementos que se unieron en perfecta sincronía para trabajar en conjunto.

Uno de esos elementos, y para mí personalmente uno de los más fascinantes, es el hierro, un mineral que se asemeja a una hermosa bestia que sometemos pero que no domesticamos. Una bestia mágica que nace de los últimos estertores de miles de estrellas en nuestro universo y que dentro de nuestro cuerpo la enjaulamos para que trabaje para nosotros. Pero ¡cuidado!, un despiste en nuestros sistemas de control y el hierro campará a sus anchas dentro de nuestro organismo, generando especies reactivas de oxígeno que atacan todo lo que se le ponga por delante, tanto sean membranas celulares, proteínas o la misma central de operaciones corporal: el ADN.

Es de vital importancia que el hierro en nuestro organismo no se encuentre libre y para eso nuestro cuerpo cuenta con armas defensivas para evitar que eso ocurra. El hierro se absorbe en nuestro intestino delgado y se guarda al instante en una jaula proteica, la ferritina, que puede llegar a almacenar hasta 4.500 átomos de hierro. Generalmente no absorbemos mucho hierro, es muy raro que superemos los 4 mg de hierro al día, ya que apenas desperdiciamos 1 mg de hierro al día.

Una vez que tenemos el hierro almacenado en los depósitos de ferritina, el cuerpo lo moviliza a demanda gracias a la transferrina, una furgoneta blindada que lo mantiene a buen recaudo y que cuenta con espacio suficiente para llevar incluso 3 veces más carga que la habitual.

El hierro corporal no está uniformemente distribuido, el 80 % forma parte de la hemoglobina de los glóbulos rojos, encargada de hacer el intercambio de gases a nivel celular. Llama la atención que la mayoría del hierro corporal se encuentre en los glóbulos rojos, unas células vestigiales sin núcleo ni mitocondrias y sin descendencia, señal de que el organismo no se fía un pelo de él. El resto del hierro se encuentra formando parte de la mioglobina muscular y de enzimas metabólicas, aparte de almacenarse en los depósitos del hígado y del sistema reticuloendotelial.

Pero por muy malo que sea, el cuerpo no puede vivir sin hierro ya que ejerce valiosas y variadas funciones que van desde la respiración y el metabolismo energético hasta la síntesis del DNA. Una falta de hierro afecta en general a todos los órganos del cuerpo y donde primero se nota su carencia es en el rendimiento físico y en el intelectual. Hoy en día, el déficit de hierro o la anemia ferropénica es un problema de salud pública a nivel mundial, ya que es la deficiencia nutricional con más prevalencia en el mundo, por eso es tan importante que nuestra dieta contenga alimentos con hierro de fácil disponibilidad.

A la hora de ingerir el hierro con los alimentos nuestro cuerpo crea clases; para él no todos los hierros tienen el mismo bouquet y así diferencia entre hierro de calidad extra y de calidad mediocre, según la facilidad que tenga el cuerpo para absorberlo.

El hierro de 1ª calidad o «hierro hem» lo encontramos en carnes, pescados e hígado. Se absorbe muy bien siempre que no vaya acompañado de calcio, es decir, nada de leche, quesos y yogures después de estas comidas.

El hierro de 2ª calidad o «hierro no hem» se encuentra en vegetales y productos fortificados con hierro. Se absorbe peor que el anterior porque tiene más obstáculos en su absorción. Los fitatos, oxalatos y magnesio de los vegetales inhiben su absorción y si por encima de la comida tomamos café, té o cacao acabamos de fastidiar su asimilación, por su contenido en tanatos. Por eso los adeptos a dietas vegetarianas tienen que cuidar mucho su alimentación, asegurando la ingestión de hierro. En estos casos es necesario que recurran al tofu, algas o soja y siempre acompañar la comida con fruta, ya que los ácidos de la fruta (ascórbico y cítrico) potencian su absorción.

De todas formas no sólo los alimentos pueden interferir con la absorción de hierro sino que también lo hacen los medicamentos como antiácidos (bicarbonato, ranitidina y omeprazol) y antibióticos (isoniazida y cloranfenicol).

Existen muchas patologías que llevan asociadas una deficiencia de hierro y en estos casos para facilitar la absorción del hierro de la dieta debemos:

  • Incluir fruta en todas las comidas.

  • Consumir alimentos fortificados con hierro, como galletas o cereales. Suelen contener bisglicinato-férrico, fumarato ferroso o pirofosfato férrico que son los fortificantes de hierro más habituales.

  • No tomar lácteos en las comidas principales (comida y cena).

  • No aliñar con vinagre, mejor hacerlo con limón.

  • Procurar no tomar café o té encima de las comidas.

  • No pasarse con la fibra alimentaria.

En algunos casos estas medidas son suficientes pero en otros debemos dar suplementos de hierro.

¿Y si nos pasamos de la raya e ingerimos más hierro del que necesitamos y saturamos todos los depósitos y los transportes de hierro? En condiciones normales la absorción de hierro está muy controlada, debido sobre todo al papel clave de la llamada «hormona del hierro», la «hepcidina», que limita la absorción del hierro y evita la eliminación brusca del mismo por los macrófagos. Pero en la hemocromatosis o en enfermedades que cursan con destrucción de glóbulos rojos o daño en el hígado existe exceso de hierro que satura y desborda todos los depósitos de almacenamiento. El hierro libre, sin ataduras ni control, invade y daña uno por uno todos los órganos: páncreas, corazón, genitales, riñón, articulaciones, piel, tiroides, etc., llegando a ser mortal si no se trata.

Como vemos nuestra hermosa bestia trabaja para nosotros mientras la tenemos subyugada pero una vez libre, campa a sus anchas por todos lo recovecos de nuestro ser y se vuelve contra nosotros.

Esperemos que nunca tengamos que hacer nuestra aquella frase de Joaquín Sabina: «Tengo una mala salud de hierro».

Mª Jesús

Esta entrada es la participación de Vendo mi cuerpo por ser delgad@ en la I Edición del Carnaval de Nutrición que en esta ocasión organiza Mi dieta cojea y la segunda participación en el XIII Carnaval de Biología que tiene como anfitrión a Caja de Ciencia.

Deja un comentario