Tóxicos reinsertados (II): El Robin Hood de los árboles

Tejo

Mi nombre es Taxus, el árbol de la muerte de los griegos, aunque mi nombre más conocido es Tejo.

Para dirigirse a mi, quiero que me llamen «Árbol Jefe», título que me concedieron las antiguas culturas norteamericanas. Soy merecedor de ese honor por ser el árbol más tóxico y longevo. Puedo llegar a superar los 1.500 años de vida, de ahí que para los humanos esté envuelto en una aureola de misticismo y espiritualidad.

Los primitivos pobladores de la Europa verde me consideraban un ser divino. Yo era el centro de importantes y concurridas reuniones sociales, dirigidas por druidas que llevaban el bastón mágico construido con mi madera así como los palillos con los que leían el futuro.

Fue tan íntima mi conexión con aquellas culturas ancestrales y con las que le siguieron que personajes valientes y honorables de antiguas poblaciones galaicas, astures y cántabras impregnaban sus flechas con brebajes de mis semillas para atacar y defenderse de sus enemigos, llegando incluso a valerse de mí para quitarse ellos mismos la vida antes de caer deshonrados en manos de sus crueles adversarios.

Cien gramos de mis hojas incluidas las más tiernas, matan rápidamente a un hombre, dañando directamente su corazón. Solo mi fruto, el arilo de color rojo que rodea mi semilla es mi única parte no tóxica.

Arilo

Humanos, asnos y caballos caen bajo mis efectos mortíferos, apodándome vulgarmente como “mataburros”. Solo respeto y alimento a aquellos seres que me ayudan a extender mis semillas como pájaros, conejos y gatos.

Soporto bien el paso del tiempo porque soy fuerte y elástico. Mi madera es roja como la sangre humana, dotada de gran resistencia y flexibilidad, cualidades que supieron aprovechar muy bien los guerreros de la Edad Media en sus “arcos largos”. Estos potentes arcos podían superar los 2 metros de longitud y llegaban a provocar mortíferas tempestades de flechas sobre sus adversarios, gracias a los 72-82 kg de tensión que generaban (tres veces más que la desarrollada por un arco moderno) pudiendo alcanzar distancias de hasta 300 metros.

Gracias al amparo de estas armas, rudos caballeros asaltaron poblados, salvaron el honor de vírgenes doncellas y formaron parte de historias entrañables y maravillosas que perduraron en el tiempo como las del bosque de Sherwood, donde se refugiaban Robin Hood y su banda.

Robin Hood      (Imagen de la versión de Robin Hood de Ridley Scott)

Mi fama letal dio lugar a todo tipo de historias y leyendas, la mayoría fantasiosas en las que se afirma que mi sombra posee un poder maligno que enferma al que se cobija en ella. Está tan arraigada mi relación con el más allá que incluso los sarcófagos de los faraones se construían con mi madera y me plantaron en los cementerios con la esperanza de que mis raíces llegaran a la boca de los muertos, de ahí mi nombre del “árbol de la muerte”.

Lo que quizás no saben los que me llaman así, es que en mis entrañas se encuentra el “suero de la vida”, el santo Grial para muchos enfermos. Soy la fuente de Paclitaxel, inicialmente denominado Taxol, útil en pacientes con cáncer de pulmón, ovario, mama y formas avanzadas del sarcoma de Kaposi.

La función del paclitaxel dentro del organismo humano es detener las divisiones celulares estabilizando la actividad de las tubulinas. Las tubulinas son proteínas celulares que forman largos tubos huecos, los microtúbulos, que constituyen el esqueleto de la célula y actúan como rieles en las funciones de transporte celular. Llegado el momento de la división celular este citoesqueleto se desarticula para participar activamente en el proceso de formación de dos células hijas, transportando y distribuyendo toda la maquinaria celular necesaria para el proceso. Mi estrategia no es otra que impedir que las tubulinas se desestabilicen y se pongan a trabajar en la división celular.

Las células normales obedecen mis órdenes, volviendo al ritmo normal cuando yo ya no estoy en su circuito sanguíneo, pero las ruines y malvadas células neoplásicas quieren escapar a mis efectos, ejecutando la división celular aunque no tengan la tubulina operativa, lo que les lleva irremediablemente a su muerte. Final merecido para estas malvadas proliferaciones celulares.

Lo dramático es que mi vida peligra en el proceso de obtención del medicamento. Son necesarios 1000 árboles de mi variedad Taxus brevifoli, para producir 1 kg de Taxol, nada menos que tres árboles por paciente. Un precio muy caro por mi reinserción que asumo con entrega y honor. Si he de morir lo haré curando. Mi último deseo es que se me recuerde como a un héroe al estilo de Robin Hood “defendiendo a las células buenas y castigando a las malas”.

El Árbol Jefe

Postdata.- La constancia y la genialidad de un buen número de científicos lograron evitar el desastre de la pérdida irreparable del tejo de la faz de la Tierra. Consiguieron obtener el paclitaxel por semisíntesis a partir de un análogo estructural, la 10-desacetilbaccatina III, un diterpeno que se encuentra en mayor proporción en las hojas Taxus baccata y en variedades cultivadas de otras especies del Tejo.

Hoy este valeroso árbol es una especie protegida en muchas zonas geográficas y es probable que si paseáis por zonas boscosas de montaña, lo veáis con su copa alta y señorial como una pirámide, disfrutando de la humedad y meciéndose con la brisa del viento.

¡Merecido descanso para tan majestuoso héroe!

Mª Jesús

Tóxicos reinsertados (I)

¿Podemos reinsertar sustancias tóxicas, causantes de la muerte de cientos de personas y darles una segunda oportunidad como moléculas “de bien” con efectos terapéuticos para nuestro organismo?

En Tóxicos reinsertados, a modo de miniserie, vamos a hablar en primera persona con estas moléculas que estuvieron durante años en el banquillo, acusadas de producir daños corporales y fallecimientos en un gran porcentaje de la población.

Tras varios años proscritos y sufrir la repulsa y el exilio de la sociedad, vuelven totalmente transformados y con ganas de enmendar su daño. Todos ellos confesarán sus culpas y nos intentarán demostrar y convencer que también saben y pueden hacer el bien.

Comencemos:

“Cornezuelo del centeno”

Me llamo Claviceps purpurea aunque soy más conocido como Cornezuelo del centeno. Si ustedes no lo saben, debo decirles que soy un hongo ascomiceto que parasito un buen número de plantas monocotiledóneas incluyendo trigo, cebada, arroz y centeno.

Cornezuelo3dMe pueden ver a simple vista en los frutos de los cereales cultivados en tierras donde la humedad fomenta mi desarrollo. Intoxico a las personas mezclado en la harina de la molienda, causando epidemias masivas por comer pan contaminado por mí. Generalmente es el hambre la que empuja a mis víctimas a no tener escrúpulos a la hora de llevarme a su boca.

Es fácil verme a simple vista. Parezco un cuerno, un cuerno negro y feo, incrustado en la espiga del cereal con unas medidas de 1-4 cm de largo y 4 mm de ancho.

A pesar de mi tamaño puedo llegar a ser muy letal, intoxicando a personas y animales, causando epidemias masivas. De todas formas, no me limito únicamente a segar vidas como un vulgar veneno, mis intoxicaciones son una verdadera obra de arte.

Causo dos tipos de patologías realmente grandiosas y dignas de un genio como yo: “El ergotismo gangrenoso y el convulsivo”.

Cuando produzco el ergotismo gangrenoso puedo hacer que se desprendan los brazos y las piernas de una persona sin que caiga una sola gota de sangre, obra que incluso hoy en día no tiene parangón en la cirugía moderna. Voy cortando progresivamente la circulación de las extremidades de humanos y animales dejándolas sin riego, dando lugar a grandes extensiones de zonas gangrenadas.

En el ergotismo convulsivo, la persona afectada empieza a presentar cambios de comportamiento, alucinaciones, espasmos y convulsiones. Aunque lo más espectacular es que, varias veces al día, estos enfermos se encartan formando una bola, rodando al tiempo que sus gritos de dolor laceran el aire.

Mis actos vandálicos no se circunscribieron a un área local sino que operé en varios países.

Las epidemias eran masivas y solían coincidir con épocas de hambruna donde la gente era menos selectiva con los alimentos, ingiriendo pan de peor calidad infectado por mí.

Como ejemplo de mi poderío deciros que en el año 945, la mitad de la población de Aquitania, unas 20.000 personas murieron y en el 994 otras 40.000 personas perecieron en otra epidemia de esta misma región francesa.

Tenía a la población atemorizada con el Fuego Sagrado, que así era como llamaban a la enfermedad, debido al ardor semejante a una quemazón que se extendía por las extremidades de las personas afectadas.

Ergotismo3d

Gracias a mi gran contribución se crearon 370 centros sanitarios por la orden de los “Hermanos Hospitalarios de San Antonio”, fundada en 1903, pasando a llamarse la afección Fuego de San Antonio. A la entrada de estos hospitales como si de un escaparate se tratara, se apilaban los miembros desmembrados de mis víctimas. ¡Todo un trofeo para mí!

Mis maniobras de acción no se circunscribieron a épocas antiguas sino que en pleno siglo XX sin ir más lejos, enfermaron 11.319 personas cerca de los Urales y en 1951, 230 personas de la ciudad turística de Pont Saint-Esprit se vieron afectados al consumir alimentos contaminados por mi, en una panadería local.

Les puedo describir centenares de situaciones donde yo fui el protagonista. Una de ellas fue la del monje francés llamado Huges Capet de la catedral de Nôtre Dame. Este religioso albergaba personas enfermas en el recinto sagrado y allí con el paso de los días se curaban “milagrosamente” porque comían pan limpio de mi presencia.

Como se pueden imaginar, mis actos malvados a lo largo de la historia fomentaron el fanatismo y el fervor religioso, dando lugar a verdaderas cazas de brujas a los enfermos con ergotismo, acabando injustamente muchos de ellos quemados en la hoguera.

Los recuerdos de mis fechorías son capaces de herir al más fuerte solo con contarlos, pero paradójicamente el que más me enorgullece no es el más cruel sino el más pícaro. Soy uno de los protagonistas de las Cantigas de Escarnio y Maldecir del rey Alfonso X (siglo XIII) donde el Deán de la catedral curaba a las mujeres afectadas por el fuego de San Antonio a través del “coito”. Creo que el señor Deán malinterpretaba a su gusto el término “fuego”.

Con el paso de los años me fui reinsertando, pasando de mutilar y matar, a favorecer el nacimiento de nuevos seres humanos y curar o aliviar algunos de sus padecimientos.

En mi composición se llegaron a identificar 20 compuestos químicos muy activos debido a su similitud con neurotransmisores corporales.

Entre mis compuestos de naturaleza alcaloide con actividad terapéutica están la ergotamina utilizada en migrañas resistentes a la medicación; la ergometrina que estimula la contracción uterina en el parto, evitando hemorragias posteriores que pueden llegar a ser fatales para la madre; la ergocriptina que inhibe la liberación y producción de prolactina y por último el archiconocido y peligroso estupefaciente LSD (dietilamida del ácido lisérgico) donde sigue latente mi espíritu indómito y salvaje trasportando a las personas que lo ingieren a un viaje alucinante y peligroso sin salir de su salón. (Si es que no se puede ser bueno de todo…)

Mª Jesús