Mi nombre es Taxus, el árbol de la muerte de los griegos, aunque mi nombre más conocido es Tejo.
Para dirigirse a mi, quiero que me llamen «Árbol Jefe», título que me concedieron las antiguas culturas norteamericanas. Soy merecedor de ese honor por ser el árbol más tóxico y longevo. Puedo llegar a superar los 1.500 años de vida, de ahí que para los humanos esté envuelto en una aureola de misticismo y espiritualidad.
Los primitivos pobladores de la Europa verde me consideraban un ser divino. Yo era el centro de importantes y concurridas reuniones sociales, dirigidas por druidas que llevaban el bastón mágico construido con mi madera así como los palillos con los que leían el futuro.
Fue tan íntima mi conexión con aquellas culturas ancestrales y con las que le siguieron que personajes valientes y honorables de antiguas poblaciones galaicas, astures y cántabras impregnaban sus flechas con brebajes de mis semillas para atacar y defenderse de sus enemigos, llegando incluso a valerse de mí para quitarse ellos mismos la vida antes de caer deshonrados en manos de sus crueles adversarios.
Cien gramos de mis hojas incluidas las más tiernas, matan rápidamente a un hombre, dañando directamente su corazón. Solo mi fruto, el arilo de color rojo que rodea mi semilla es mi única parte no tóxica.
Humanos, asnos y caballos caen bajo mis efectos mortíferos, apodándome vulgarmente como “mataburros”. Solo respeto y alimento a aquellos seres que me ayudan a extender mis semillas como pájaros, conejos y gatos.
Soporto bien el paso del tiempo porque soy fuerte y elástico. Mi madera es roja como la sangre humana, dotada de gran resistencia y flexibilidad, cualidades que supieron aprovechar muy bien los guerreros de la Edad Media en sus “arcos largos”. Estos potentes arcos podían superar los 2 metros de longitud y llegaban a provocar mortíferas tempestades de flechas sobre sus adversarios, gracias a los 72-82 kg de tensión que generaban (tres veces más que la desarrollada por un arco moderno) pudiendo alcanzar distancias de hasta 300 metros.
Gracias al amparo de estas armas, rudos caballeros asaltaron poblados, salvaron el honor de vírgenes doncellas y formaron parte de historias entrañables y maravillosas que perduraron en el tiempo como las del bosque de Sherwood, donde se refugiaban Robin Hood y su banda.
(Imagen de la versión de Robin Hood de Ridley Scott)
Mi fama letal dio lugar a todo tipo de historias y leyendas, la mayoría fantasiosas en las que se afirma que mi sombra posee un poder maligno que enferma al que se cobija en ella. Está tan arraigada mi relación con el más allá que incluso los sarcófagos de los faraones se construían con mi madera y me plantaron en los cementerios con la esperanza de que mis raíces llegaran a la boca de los muertos, de ahí mi nombre del “árbol de la muerte”.
Lo que quizás no saben los que me llaman así, es que en mis entrañas se encuentra el “suero de la vida”, el santo Grial para muchos enfermos. Soy la fuente de Paclitaxel, inicialmente denominado Taxol, útil en pacientes con cáncer de pulmón, ovario, mama y formas avanzadas del sarcoma de Kaposi.
La función del paclitaxel dentro del organismo humano es detener las divisiones celulares estabilizando la actividad de las tubulinas. Las tubulinas son proteínas celulares que forman largos tubos huecos, los microtúbulos, que constituyen el esqueleto de la célula y actúan como rieles en las funciones de transporte celular. Llegado el momento de la división celular este citoesqueleto se desarticula para participar activamente en el proceso de formación de dos células hijas, transportando y distribuyendo toda la maquinaria celular necesaria para el proceso. Mi estrategia no es otra que impedir que las tubulinas se desestabilicen y se pongan a trabajar en la división celular.
Las células normales obedecen mis órdenes, volviendo al ritmo normal cuando yo ya no estoy en su circuito sanguíneo, pero las ruines y malvadas células neoplásicas quieren escapar a mis efectos, ejecutando la división celular aunque no tengan la tubulina operativa, lo que les lleva irremediablemente a su muerte. Final merecido para estas malvadas proliferaciones celulares.
Lo dramático es que mi vida peligra en el proceso de obtención del medicamento. Son necesarios 1000 árboles de mi variedad Taxus brevifoli, para producir 1 kg de Taxol, nada menos que tres árboles por paciente. Un precio muy caro por mi reinserción que asumo con entrega y honor. Si he de morir lo haré curando. Mi último deseo es que se me recuerde como a un héroe al estilo de Robin Hood “defendiendo a las células buenas y castigando a las malas”.
El Árbol Jefe
Postdata.- La constancia y la genialidad de un buen número de científicos lograron evitar el desastre de la pérdida irreparable del tejo de la faz de la Tierra. Consiguieron obtener el paclitaxel por semisíntesis a partir de un análogo estructural, la 10-desacetilbaccatina III, un diterpeno que se encuentra en mayor proporción en las hojas Taxus baccata y en variedades cultivadas de otras especies del Tejo.
Hoy este valeroso árbol es una especie protegida en muchas zonas geográficas y es probable que si paseáis por zonas boscosas de montaña, lo veáis con su copa alta y señorial como una pirámide, disfrutando de la humedad y meciéndose con la brisa del viento.
¡Merecido descanso para tan majestuoso héroe!
Mª Jesús