Hambre debilitante

El aspecto físico de una persona constituye en la mayoría de los casos, su tarjeta de presentación.

Como si fuéramos magos o pitonisas, somos capaces con una simple inspección visual de determinar si la persona en cuestión nos cae bien o mal por la manera que tiene de saludarnos, si es ordenada por la forma en que va vestida, si es nerviosa o introvertida por sus gestos y maneras e incluso podemos llegar a deducir si es feliz o está amargada por el entusiasmo con que nos habla. Damos por bueno que la primera impresión es la que cuenta, aunque somos conscientes de que no nos gustaría que nos catalogaran con el mismo rasero.

¿A qué viene esto, me dirán ustedes? Viene a que a veces nos vemos con la autoridad de juzgar a otras personas sin darnos cuenta del daño que podemos llegar a causar.

Si no me creen, entren conmigo en la peluquería de la esquina. En ella encontramos a una chica, ayudante de la peluquera, con un precioso semblante, pero con una dura carga de 120 kg en su joven y sufrido cuerpo.

La vemos de un lado para otro trabajando ágilmente. Es muy atenta y amable con toda la clientela. Hace con diligencia su trabajo y solo tiene palabras agradables para todo el mundo.

De repente, nuestra chica, desaparece del salón por una puerta situada detrás de un biombo. Todo el mundo sabe adonde va, y ya se empiezan a oír las críticas a su espalda, mientras demora el cierre de la puerta para escucharlas con tristeza.

Una por una, las clientas, van soltando una retahíla de crueles comentarios: Sigue leyendo